¿Que por qué leo? Porque hace que me olvide de todo, me hace reír, llorar, soñar. Porque un lector vive muchas vidas antes de morir, y uno que no lee solo vive una. ¿Que por qué escribo? Porque así puedo desahogarme, contar mis vivencias, experiencias, sentimientos, puedo sincerarme. Porque escribir es un arte, un precioso arte.

viernes, 20 de julio de 2012

Cuarto capítulo ~ Una visita inesperada



El estudio era un lugar frío. Antes no. Hace tiempo era alegre, con muchos cuadros de familias felices y de paisajes alegres. Había un escritorio de madera clara en el que estaba el ordenador de Jorge, muchos papeles y numerosas fotografías de Alessandra, Elisa, su madre Carolina y su padre Jorge. En la playa, en la montaña, en el campo… Siempre estaban juntos. Habían viajado un montón antes de su muerte, dentro y fuera de su país. Era una habitación con un gran ventanal, por lo que era muy luminosa. Había estantes con libros, cuadernos y con anotaciones. Pero desde la muerte de su mujer, Jorge había cambiado todo. El ventanal estaba cerrado por una persiana y unas cortinas grises. Los cuadros que estaban colgados de la pared habían sido sustituidos por otros hechos con colores tristes. En el escritorio solo había una fotografía enmarcada y normalmente yacía caída en la mesa, por lo que no se podía ver. El suelo claro había sido cubierto por una alfombra áspera de color oscuro. En definitiva, estaba demasiada oscura, y si no fuera porque había un pequeña lámpara en el escritorio que emitía un poco de luz, no se vería nada. Lisa y Alex evitaban entrar a no ser que fuera necesario, porque no les gustaba nada esa terrible oscuridad. Está vez era realmente necesario entrar, así que Elisa lo hizo.

-Hola papá.
-Hola. – dijo Jorge levantando los ojos del libro que tenía entre las manos.
-He ido a ver a Alex. – respondió Elisa.
-Oh, ¿está bien? – preguntó mientras observaba unos papeles que había sobre la mesa.
-¿Qué si está bien? ¡Está en coma, papá! – gritó Lisa.
-En coma… - susurró Jorge mientras cerraba el libro y lo dejaba junto al portátil.
-¿Ya está? ¿No dices nada más?
-¿Qué quieres que diga, Elisabeth? – preguntó mientras cogía unos papeles.
-¿Qué quiero que digas? Pues no sé, pero podrías preocuparte un poco por tu hija para variar. – respondió gritando.
-Elisa, relájate, ¿vale? – dijo su padre mientras se ponía de pie y dejaba las gafas sobre la mesa.
-¿Qué me relaje? – Preguntó chillando – ¡Para eso estás tú, que estás tan relajado que no te importa nada! Desde que mamá murió… estás tan distante… - dijo y su voz empezó a apagarse y comenzó a sollozar.

Su padre se le acercó un poco e hizo ademán de abrazarla, pero se contuvo.

-Elisa, no llores. Estoy distante porque… me afectó mucho, ya lo sabes.
-¿Te crees que a mí no? Pero hay que vivir, mamá lo hubiera querido así. Por favor papá… - dijo Elisa mientras se secaba las lágrimas.
-Mamá… Carolina… Cómo la echo de menos…
-Yo también, papá. Pero por favor, vete a visitar a Alex. Por favor, te lo pido por favor.
-Está bien. Lo haré. – dijo Jorge mientras apagaba la lámpara de su escritorio.
-Ahora, papá. A mí no me dejan, solo a alguien adulto. Si quieres te llevo en la moto.
-Ahora… - cerró los ojos un momento, pensativo – Está bien, pero cogeré el coche. No salgas de casa mientras, ¿vale?
-Claro. Muchas gracias, de verdad. – y la joven abrazó a su padre. Él se sorprendió un poco, pero luego correspondió a su abrazo.

Cuando se soltaron, Jorge se guardó las llaves del coche que tenía sobre un estante en el bolsillo de su pantalón negro. Luego guardó las gafas en la funda que tenía en un cajón. Se despidió de su hija y de Anna y salió de casa.
Cuando llegó al coche, subió y arrancó. Bajó la ventanilla y dejó que el aire le inundara mientras pensaba en su hija. Tan joven y en coma… ¿Cuántos años tenía? Dieciocho… ¿o eran diecinueve? Con este pensamiento en la mente, condujo por la carretera principal y luego cogió un desvío. Llegó y aparcó en la puerta.




El hospital era un edificio grande y viejo, con las paredes de cemento pitado de blanco y muchas ventanas cubiertas con cortinas azules. Fuera había un parque infantil rodeado con una valla multicolor donde se encontraban tres niños jugando. Jorge entró por la pesada puerta grisácea. Ya dentro fue a recepción y pidió permiso para ver a su hija. Se dirigió a la habitación guiado por una enfermera. Era rubia con mechas rojas, joven y algo entrada en carnes. Tenía las mejillas sonrosadas y los labios pintados de rojo. Ni la enfermera ni Jorge dijeron nada hasta que llegaron, donde ella introdujo la llave en la puerta y le dejó pasar.

-Adelante. Quédese todo el tiempo que necesite. Yo estaré en esa puerta – señaló una habitación cerrada con un cartel donde se leía “Privado” escrito con una caligrafía redonda. – Cuando acabe avíseme para que pueda cerrar la puerta de nuevo.
-No estaré mucho. Creo que con unos diez minutos tendré suficiente. – contestó algo distante.
-Está bien, de todas formas yo permaneceré allí. – aclaró y salió dando un portazo. Jorge la vio entrar en la habitación privada y luego se volvió hacia su hija.

Alessandra estaba muy pálida, más que de costumbre, con los labios casi grises y grandes ojeras alrededor de sus electrizantes ojos azules. Estos que normalmente estaban muy brillantes, ahora estaban apagados. Su cuerpo yacía inconsciente, mucho más delgado que la última vez que su padre la había visto, hace casi un mes. Desde la muerte de su madre, casi no hablaban. Solo mantenían cortas conversaciones a la hora de la comida y de la cena, aunque Alex solía salir fuera para evitar conversar con su padre. Elisabeth había intentado muchas veces hacer lo mismo, pero  él se lo había prohibido por culpa de su corta edad. Ella insistía en que todas las chicas de su clase con dieciséis años salían continuamente, pero su padre no cedía nunca.

La joven Alessandra estaba conectada a un montón de aparatos y máquinas. Su padre se acercó a ella sin saber muy bien qué hacer. No la dio la mano ni la tocó, pero al final decidió hablarla.

-Hola… Alessandra. Supongo de que te sorprenderás de que haya venido, pero debes saber que todo ha sido obra de Elisa. – comenzó casi en un susurro. - Pensó que tal vez necesitarías algo de compañía, y a ella ya no la dejan entrar, así que… bueno, aquí estoy.  – Hizo una pequeña pausa y luego continuó - No sé muy bien por dónde empezar, porque antes de esto no hablábamos mucho y yo nunca me preocupé verdaderamente por ti. La verdad es que desde el accidente de tu madre todo ha cambiado. Yo he cambiado, y tú y Lisa también. Nos afectó a todos, lo sé. La verdad es que la echo mucho de menos, y supongo que tú también. Sinceramente no sé que pudo llevarte a querer quitarte la vida, porque nunca he estado al corriente de tus problemas o dudas. Eso era cosa de tu madre, y desde que se fue, nadie se ha preocupado por ti. Cuando despiertes, porque sé que lo harás, me gustaría hablar contigo. Me gustaría que te abrieras a mí, cosa que nunca has hecho. Antes hablabas con mamá, o le contabas tus problemas a Lisa, cuando te recuperes me gustaría que lo hicieras conmigo. Bueno, no sé que más decirte, así que creo que es hora de que me vaya. Adiós, Alex. – y, diciendo esto, salió de la habitación y llamó a la sala privada donde estaba la enfermera. Ella fue a cerrar con llave, pero cuando ya se iba otra vez, Jorge la detuvo.

-Perdone, ¿mi hija se recuperará?
-No estoy al corriente de eso, lo siento. Debería preguntarle al médico.
-Gracias por su ayuda, ¿sabe dónde puedo encontrarle? – preguntó.
-Está en su despacho. La puerta número 3 de la segunda planta. Las escaleras están por allí – señaló hacia la derecha. – De nada, espero que su hija se ponga bien.
-Muchas gracias. Adiós. – dijo y se puso a andar hacia la dirección de las escaleras. Las halló fácilmente y se dispuso para encontrar la puerta del doctor. 

2 comentarios:

  1. ¿Para cuando el siguiente? PD: Amo tu nombre <3

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    1. Para mañana o pasado xD
      Gracias, yo también amo mi nombre :3

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