Salió del ascensor y se dirigió a su portal. Cuando estuvo
frente a la puerta de roble con una D en color dorado, introdujo la llave en la
cerradura y abrió. Entró y saludó a Anna. Dejó su chaqueta en el perchero y fue al estudio.
-¡Papá! – le llamó Elisa alargando las aes. - ¡Vamos a
comer, ven!
-¡Ya voy! ¡Id empezando! – contestó su padre desde el
estudio.
Elisa ayudó a Anna a servir la pasta en la mesa y luego las
dos se sentaron en sus respectivos sitios. Había tres vacíos: el de su madre,
fallecida hace un año; su hermana, en coma tras un intento de suicidio hacía ya dos semanas; y su padre, tan atareado como siempre.
La pequeña había sentido un pequeño alivio al saber que Jorge
había decidido ir a visitar a Alex, pero esa ilusión se había desvanecido nada
más regresar él, porque había vuelto igual o incluso más distante que antes, había
entrado y se había encerrado en el estudio como cada día. “¡A saber qué se
dedica a hacer allí tanto tiempo!” pensó Elisa.
Antes escribía. Su padre había publicado dos novelas que
habían tenido bastante éxito por el país y hacía relatos en el periódico de su
ciudad. Era bueno, muy bueno. Pero cuando murió Carolina, lo dejó. Tenía ya
casi acabada otra novela, pero ahora yace abandonada en una estantería, sin un
final que propague un éxito al escritor. A veces hacía relatos, pero todos eran
trágicos, y el director del periódico se había negado a publicarlos, porque
“tenían que motivar al lector y no al revés”, que es lo que siempre contestaba
cuando las dos hermanas habían intentado convencerle de que necesitaban el
dinero. Alex, Elisa y Anna intentaban animar a Jorge para que volviera a
escribir, pero era inútil. Él siempre se negaba rotundamente. Ahora, con el
intento de suicidio de Alessandra, era mucho más difícil que empezara de nuevo
a hacerlo.
Cuando Elisabeth y Annabell, como se llamaba en realidad la
asistenta, terminaron de comer, recogieron todo.
-Anna, ¿tú tienes idea de por qué Alex se ha intentado
suicidar? – preguntó Elisa pronunciando la última palabra casi tartamudeando.
-No. En un primer momento pensé en que podría haber sido por
la falta de tu madre, pero si hubiera sido eso no hubiera esperado tanto, lo
habría hecho antes.
-Es verdad. Aunque eso podría ser una de las razones y que
haya más, ¿no?
-Sí… Es un buen razonamiento. La verdad es que no sé, pensé
que tal vez tú lo supieses. – contestó Annabell.
-Pues yo no lo sé. Nunca me dijo nada. Nada de rupturas,
nada de acoso, nada de maltratos… Nunca me habló de cosas que pudieran dar pie
a querer quitarse la vida. Me hablaba de música, de cine, de libros, de
fotografía... pero nada malo.
-Bueno, será mejor que no pensemos en eso. Se recuperará,
¿verdad?
-Eso me dijeron esta mañana. Quería hablar con mi padre
sobre lo que le han dicho a él, pero no creo que me lo cuente. Es tan distante,
tan frío… - dijo Elisa.
-Lo sé, Elisabeth. Pero ya sabes que la muerte de tu madre
le afectó mucho. A todos nos afectó.
-Tú eras muy amiga suya, ¿no?
-Sí. Carolina me dio un hogar, hizo que esto fuera mi casa,
que fuerais mi familia.
-¿Algún día me contarás tu historia, Anna? – preguntó la
niña.
-Algún día… Espero poder hacerlo.
-Gracias. Cuando te veas con ganas de abrirte, ya sabes que
en mi encontrarás una escucha. – bebió un poco de agua. - ¿Mi madre lo sabía?
-Sí, tu madre es… era la única persona que lo sabía, pero
espero poder contártelo algún día, cuando me vea capaz lo haré…
-Bueno, yo tengo que ir al instituto ahora. Voy a preparar
todo. – se despidió de Anna con un beso en la mejilla.
-¿Seguro que quieres ir? Ya sabes que si no te ves con
ganas…
-No, tranquila. No quiero quedarme en casa deprimida, si voy
me sentiré mejor y me olvidaré un poco. ¡Chao Anna!
-Adiós Elisabeth.
La niña salió de la cocina y fue a su habitación. Era amplia,
con las paredes de color blanco. Había muchas fotografías de playas, de montañas,
desiertos, submarinos… También había de la familia y de sus amigos, enmarcadas
en cuadros de diferentes colores. Pegada a la pared izquierda estaba su mullida
cama, con una colcha azul cielo y cojines y una almohada azul marino. Sobre
ella había esparcida ropa, libros y cuadernos de clase. En el escritorio, justo
al lado de la cama, había un portátil Toshiba gris, y junto a él montones de
libros y apuntes. En las otras paredes estaban los armarios y estanterías con
libros, cuentos e historias. El suelo era de madera clara, y en su mayor parte
estaba cubierto por una alfombra azul marino. Sobre ella había montones de
zapatos descolocados. Elisa los recogió todos y luego metió en su mochila de
Converse los libros y cuadernos para el instituto. Introdujo también una
agenda, su cuaderno de dibujo, el estuche, su móvil y sus cascos. Después se
guardó las llaves de la Vespa en el bolsillo de su pantalón vaquero y salió. Se
despidió de su padre, que estaba comiendo en la cocina, y también de Annabell.
Bajó al portal y tuvo la suerte de no encontrarse con nadie, subió a la moto y
se fue al instituto.
-Hola George. – saludó Elisa al conserje en cuanto aparcó la
Vespa en un sitio libre junto a un Seat blanco.
-Hola Elisabeth. ¿Qué tal tu hermana?
-Mi hermana… sigue en el hospital… Bueno, tengo que irme.
Adiós. – y salió corriendo hacia el interior del edificio.
De camino a su clase procuró escabullirse de todos, aunque
tuvo que soportar algunas preguntas sobre su hermana. Se limitó a contestar que
seguía hospitalizada, y luego salía corriendo hacia su clase con cualquier
excusa. Cuando por fin llegó soltó un suspiro de alivio y se sentó
apresuradamente en su asiento de la última fila. Deseó que el profesor llegara
lo antes posible, pero tardó lo suficiente como para que unos cuantos compañeros
la preguntaran. Después entró el Sr. García y comenzó con su clase de Física y
Química. El resto de la tarde estuvo bien y en cuanto sonó la campana Elisa
salió corriendo fuera del instituto. Se puso el casco y se subió a la moto.
Pero antes de arrancar una chica menor que ella la paró.
-Perdona, ¿eres la hermana de Alessandra? – preguntó
inocente la pequeña.
-Sí, ¿por qué? – contestó dudosa.
-Me prometió que me iba a regalar un libro hace dos días y
no la he visto, ¿sabes dónde está?
Elisa estaba confusa. La niña no tendría más de diez años.
Tenía unos ojos color chocolate que trasmitían ternura, y junto a su pequeña
nariz tenía unas pecas que le daban un toque divertido. Su pelo castaño estaba
recogido en dos trenzas que le caían a los lados, con algunos mechones sueltos
revoloteando rebeldes por culpa del viento que hacía. Elisa optó por decirle la
verdad, pero sin que pareciese demasiado grave.
-¿Un libro? Si me dices el título a lo mejor le encuentro
por casa, Alessandra está en el hospital.
-No me sé el título, era uno que había escrito ella. ¿En el
hospital? – preguntó algo preocupada la niña.
-Oh… pues cuando se recuperé se lo diré, tranquila que
tendrás tu libro. – respondió. – Pero ahora tengo que irme, chao.
-Ok, muchas gracias. ¡Adióós!
Elisa arrancó la moto y, emitiendo un poco de humo, salió
por la carretera. No la apetecía ir a casa todavía, así que cogió un desvío y
se dirigió a su cafetería favorita. El viento rozaba sus mejillas y el pelo la
apretaba, recogido en el interior del casco. Para ser ya Mayo, hacía bastante
aire. Cuando llegó aparcó y candó la Vespa.
Entró a George’s y pidió un batido
de vainilla. Se sentó a una mesa a esperar su pedido. Sacó el móvil de la
mochila y lo encendió, tenía tres llamadas perdidas y cinco mensajes. Dos de
las llamadas eran de Alex, antes de que intentara suicidarse. La otra era de
Anna, hace unos días. Los mensajes le llevaron más tiempo. Dos eran de
propaganda, que los borró inmediatamente; uno de su asistenta, preguntándola
dónde estaba; y otros dos de Érica, su mejor amiga. Los leyó detenidamente, en
ambos ponía prácticamente lo mismo. “¿Quedas el sábado a las 5? Van a venir
todos, incluido Fran. Si te apuntas, llámame.” Y era de… hace unas horas. Lo
tenía que pensar. A lo mejor le venía bien salir un poco con sus amigos. Aunque
lo de Fran no le influía. Érica estaba convencida de que se gustaban, pero
Elisa no paraba de decirle que no. Ella ahora no estaba para pensar en eso.
Justo mientras se guardaba el móvil en el bolsillo, el camarero trajo su pedido.
Cogió la pajita con las manos y se acercó a ella. Bebió un poco del batido y se
separó del vaso. Lo tragó y suspiro, ¡estaba riquísimo! Por algo era su
cafetería preferida… Los batidos y helados estaban geniales. Cuando terminó llamó al camarero.
-Perdona, ¿puede decirme cuánto cuesta? – dijo Elisa cuando
se acercó.
-Claro, un momento. – Contestó, y cuando levantó la cabeza
se dio cuenta de que esa chica le era familiar – Una pregunta, ¿tú no estabas
en el hospital esta mañana?
-Sí, ¿por qué? ¿cómo lo sabes? – preguntó, y luego le miró.
- ¡Eres el que me ha devuelto el pañuelo hoy! – dijo alzando un poco la voz.
-Sí. Qué casualidad… ¿no?
-La verdad es que sí. ¿Trabajas aquí?
-No, estoy sustituyendo a un amigo que no podía venir hoy.
En realidad trabaj… - no le dio tiempo a terminar, porque “Moves Like Jagger”,
la melodía del móvil de Elisabeth, les interrumpió.
-Perdona un momento, tengo que cogerlo. – Elisa dio al botón
de contestar la llamada y se puso el teléfono en la oreja. - ¿Sí, Anna? –esperó
un momento hasta que la asistenta contestara para que la llamaba, pero la
interrumpió en cuanto empezó a explicárselo. – Lo siento, pero no puedo hablar,
luego te llamo.
-¡Elisa, no cuelgues! ¡Es tu hermana! – se oyó a través del
Samsung de la chica.
-¿Qué pasa con mi hermana? – preguntó Elisabeth poniéndose
nerviosa. Luego esperó mientras Anna la contaba algo – Voy enseguida –
contestó, y colgó. – Lo siento, tengo que irme. Mi hermana ha despertado.
Adiós, ya nos veremos.
-¿Ha despertado? ¿De qué? – preguntó confuso el chico.
-Estaba en coma, y ha despertado hace unos minutos. Tengo
que volver al hospital.
-Está bien. Pero al menos dame tu número y así hablamos otro
día. – pidió el chico. – Por cierto, me llamo Mike.
-Un momento. – Elisa cogió una servilleta y un bolígrafo y
escribió su número de teléfono en ella. Luego se la tendió a Mike. – Soy
Elisabeth, pero llámame Elisa. Toma el dinero del batido, quédate el cambio. –
le tendió cinco euros. - Ahora me voy, ya hablaremos. – y diciendo esto salió
corriendo de George’s.
-Adiós Elisabeth. – susurró Mike cuando la joven ya no podía
oírle.
Miró la servilleta con los números escritos en negro. Suspiró y recogió
el vaso vacío de Elisa. Limpió la mesa y siguió con su trabajo recordando los
ojos avellana que tanto le habían hechizado.