-Sí, Alex. ¿Qué tal te encuentras? – me preguntó mientras se
acercaba.
-Mal… Me noto mal todo el cuerpo. Me pesa el alma, me duele
el corazón. – contesté mientras adaptaba
mis ojos a la luminosidad del cuarto. Y era verdad. No podía más, sentía un gran peso dentro de mí, un nudo en la garganta, un dolor inaguantable.
-Alex… Lo entiendo, pero…
-Debería haber muerto… - la interrumpí secamente.
-¡No digas eso nunca, Alessandra! – me gritó Anna mientras unas inocentes lágrimas asomaban por sus ojos.
-Es la verdad. Nadie tenía que haber venido a casa, todo
estaba planeado… Yo debería haber muerto en el acto, a los pocos minutos de
clavarme el cuchillo en la muñeca. ¿Por qué? ¿Por qué vinieron a rescatarme?
-Alex, hubo una inundación en la cocina de casa. Vinieron a
arreglarla en cuando unos vecinos llamaron diciendo que caía agua. Subieron y
te vieron. Fue una suerte. Eres joven, no mereces morir.
-A lo mejor no lo merezco, pero es lo que quiero. Lo quiero,
y por eso cogí el cuchillo y me lo clavé. Todo hubiera sido más fácil si me
hubierais dejado morir. – respondí mientras rompía a llorar. Quería evitarlo, pero no pude. Las lágrimas brotaron de mis ojos y cayeron por mis mejillas a gran velocidad, humedeciendo mis labios al llegar.
-Alex… ¿Por qué? ¿Por qué quieres morir? – me preguntó Anna casi en un susurro, como si fuera un secreto.
-Yo… - tartamudeé al intentar contestar, pero mis músculos
no me dejaban hablar. Quería decírselo. Quería contarle todo y librarme de esta
pesada culpa que yacía en mi cuerpo. Pero no podía. Mi cuerpo no me dejaba, mis
labios solo temblaban. Estaban sellados y, muy a mi pesar, aún no me dejaban contar la verdad.
-No hace falta que digas nada. Tan solo túmbate un rato,
luego lo hablarás con los médicos. Ellos te ayudarán a librarte de esos
pensamientos. – dijo Anna con una voz dulce que me tranquilizó. Luego se acercó
a mí, colocó sus delicados dedos en mi nuca y me ayudó a tumbarme sobre el
colchón de la camilla del hospital. Era incómodo, pero yo estaba tan cansada que no me quejé. Simplemente me recosté entre las sabanas y la miré.
-Yo… Lo siento. – conseguí pronunciar con un leve
tartamudeo. Después cerré los ojos y me sumergí en un profundo sueño.
-Descansa, Alex. – susurró Annabell, pero yo ya no podía
oírla porque dormía profundamente.
Después de decir eso, la asistenta cogió la colcha de la
camilla y, con sumo cuidado, cubrió con ella el cuerpo de Alessandra. Se acercó
aún más a ella y la besó en la frente. Luego se separó y salió de la habitación
con un enorme vacío en su interior.
-Sí, soy yo. Hola, Elisa. – dijo el joven, posando sus
enormes ojos azules en la expresión de sorpresa en la cara de la chica.
-Hola. ¿Qué haces aquí?
-Trabajo aquí. Bueno, estudio - dijo sonriente.
-¿Trabajas? ¿Estudias? ¿El qué? – preguntó Elisa.
-Hago prácticas con el doctor Pickford. Estudio psiquiatría.
-¿Doctor Pickford? Ese nombre me suena… - paró un momento,
pensativa, y luego añadió - ¡Claro! ¡Es el doctor de mi hermana!
-Exacto, por eso estoy aquí. Tú misma me has dicho que acaba
de despertar, así que pensé que quizás podría ayudar al doctor cuando viniese.
-Entiendo… ¿Y dónde está?
-¿Dónde está quién? – preguntó Mike.
-El doctor Pickford. - Respondí como si fuera obvio. - Aquí no ha venido. A lo mejor no se ha
enterado todavía. Mi asistenta me ha dicho que ha sido casualidad, porque
estaban limpiando en su habitación cuando abrió los ojos.
-Puede ser, creo que iré a buscarle.
-¿Puedo acompañarte? No quiero quedarme aquí viendo el
rostro triste de mi hermana y derramando lágrimas sin parar. – sonó tan apenada
que Mike pudo hacer otra cosa que acceder.
-Claro, no hay problema. Vamos, es por aquí. – La cogió con
delicadeza de la muñeca y la guió hasta la puerta del despacho del doctor.
Ambos caminaban rápidamente, sin vacilaciones y sin parar.
Cuando llegaron a la puerta se detuvieron y llamaron suavemente. Esperaron unos
segundos, pero nadie abría. Mike se apoyó sobre la pared color crema mientras
lanzaba un suspiro. Elisa se mantuvo frente a la puerta del despacho. Pasado un
tiempo, el doctor abrió. Mike se separó de la pared y se acercó a él apartando
suavemente a Elisa. El joven y el doctor permanecieron en frente el uno del
otro, mirándose fijamente. Luego, por fin alguien habló.
-Hola, Mike. ¿Qué te trae por aquí? – preguntó el doctor.
-Veníamos… - empezó Elisa, pero Mike la cortó y habló él.
-Veníamos para comunicarle que Alessandra ha despertado hace
un rato. Queríamos que fuera a ver qué tal se encuentra.
-Alessandra… - el doctor paró un momento, pensativo, y luego
continuó hablando – Sí, me había enterado. Ahora mismo voy para allá. Estaba
acabando de ordenar unos papeles…
-Vamos, doctor Pickford. Tiene que venir ya, por favor. Mi
hermana… está algo apagada.
-Hum… Está bien, vamos.
El doctor cerró la puerta de madera del despacho con una
llave plateada algo sucia y oxidada, y luego los tres se pusieron a andar. No
pronunciaron palabra durante el trayecto, solo el doctor emitía algún gruñido o
suspiro acerca de todo el trabajo que tenía que hacer. Cuando llegaron, el
doctor entró a la habitación 402, seguido de Elisa. Mike fue el último, y cerró
la puerta suavemente, sin hacer ruido. Alessandra yacía en la cama, dormida. De vez en cuando cambiaba
de posición o emitía algún sonido entre murmullos. Elisabeth y Mike se sentaron
en el sillón que había junto a la camilla, pero el doctor permaneció de pie,
observando silencioso a la joven dormida. Luego sacó una libreta del bolsillo
de su bata blanca y apuntó en ella algo rápidamente. Inmediatamente después, se
acercó cuidadosamente a la camilla de Alex. Colocó su mano en la frente de la
joven y luego la retiró, apuntando otra cosa en la libreta. En ese momento,
Alessandra empezó a agitarse y a susurrar cosas que nadie entendía. Después se
sentó en la camilla, aunque permanecía dormida, y comenzó a sollozar. El doctor
puso el dedo bajo uno de los ojos azules de Alex y recogió un par de lágrimas,
apuntó algo más en la libreta y luego la cerró y se la guardó de nuevo en el
bolsillo. Puso su brazo alrededor de la cintura de Alessandra y la
ayudó a tumbarse. Cuando la joven ya tenía su cabeza sobre la almohada, el
doctor la zarandeo un poco para despertarla. Tardó unos segundos en conseguir
que abriera los ojos.
-Hola, Alessandra. ¿Sabes quién soy?