¿Que por qué leo? Porque hace que me olvide de todo, me hace reír, llorar, soñar. Porque un lector vive muchas vidas antes de morir, y uno que no lee solo vive una. ¿Que por qué escribo? Porque así puedo desahogarme, contar mis vivencias, experiencias, sentimientos, puedo sincerarme. Porque escribir es un arte, un precioso arte.

martes, 13 de noviembre de 2012

Octavo capítulo ~ El encuentro con el doctor

-Anna… ¿eres tú?
-Sí, Alex. ¿Qué tal te encuentras? – me preguntó mientras se acercaba.
-Mal… Me noto mal todo el cuerpo. Me pesa el alma, me duele el corazón.  – contesté mientras adaptaba mis ojos a la luminosidad del cuarto. Y era verdad. No podía más, sentía un gran peso dentro de mí, un nudo en la garganta, un dolor inaguantable.
-Alex… Lo entiendo, pero…
-Debería haber muerto… - la interrumpí secamente.
-¡No digas eso nunca, Alessandra! – me gritó Anna mientras unas inocentes lágrimas asomaban por sus ojos.
-Es la verdad. Nadie tenía que haber venido a casa, todo estaba planeado… Yo debería haber muerto en el acto, a los pocos minutos de clavarme el cuchillo en la muñeca. ¿Por qué? ¿Por qué vinieron a rescatarme?
-Alex, hubo una inundación en la cocina de casa. Vinieron a arreglarla en cuando unos vecinos llamaron diciendo que caía agua. Subieron y te vieron. Fue una suerte. Eres joven, no mereces morir.
-A lo mejor no lo merezco, pero es lo que quiero. Lo quiero, y por eso cogí el cuchillo y me lo clavé. Todo hubiera sido más fácil si me hubierais dejado morir. – respondí mientras rompía a llorar. Quería evitarlo, pero no pude. Las lágrimas brotaron de mis ojos y cayeron por mis mejillas a gran velocidad, humedeciendo mis labios al llegar.
-Alex… ¿Por qué? ¿Por qué quieres morir? – me preguntó Anna casi en un susurro, como si fuera un secreto.
-Yo… - tartamudeé al intentar contestar, pero mis músculos no me dejaban hablar. Quería decírselo. Quería contarle todo y librarme de esta pesada culpa que yacía en mi cuerpo. Pero no podía. Mi cuerpo no me dejaba, mis labios solo temblaban. Estaban sellados y, muy a mi pesar, aún no me dejaban contar la verdad.
-No hace falta que digas nada. Tan solo túmbate un rato, luego lo hablarás con los médicos. Ellos te ayudarán a librarte de esos pensamientos. – dijo Anna con una voz dulce que me tranquilizó. Luego se acercó a mí, colocó sus delicados dedos en mi nuca y me ayudó a tumbarme sobre el colchón de la camilla del hospital. Era incómodo, pero yo estaba tan cansada que no me quejé. Simplemente me recosté entre las sabanas y la miré.
-Yo… Lo siento. – conseguí pronunciar con un leve tartamudeo. Después cerré los ojos y me sumergí en un profundo sueño.
-Descansa, Alex. – susurró Annabell, pero yo ya no podía oírla porque dormía profundamente.

Después de decir eso, la asistenta cogió la colcha de la camilla y, con sumo cuidado, cubrió con ella el cuerpo de Alessandra. Se acercó aún más a ella y la besó en la frente. Luego se separó y salió de la habitación con un enorme vacío en su interior.




-Sí, soy yo. Hola, Elisa. – dijo el joven, posando sus enormes ojos azules en la expresión de sorpresa en la cara de la chica.
-Hola. ¿Qué haces aquí?
-Trabajo aquí. Bueno, estudio - dijo sonriente.
-¿Trabajas? ¿Estudias? ¿El qué? – preguntó Elisa.
-Hago prácticas con el doctor Pickford. Estudio psiquiatría.
-¿Doctor Pickford? Ese nombre me suena… - paró un momento, pensativa, y luego añadió - ¡Claro! ¡Es el doctor de mi hermana!
-Exacto, por eso estoy aquí. Tú misma me has dicho que acaba de despertar, así que pensé que quizás podría ayudar al doctor cuando viniese.
-Entiendo… ¿Y dónde está?
-¿Dónde está quién? – preguntó Mike.
-El doctor Pickford.  - Respondí como si fuera obvio. - Aquí no ha venido. A lo mejor no se ha enterado todavía. Mi asistenta me ha dicho que ha sido casualidad, porque estaban limpiando en su habitación cuando abrió los ojos.
-Puede ser, creo que iré a buscarle.
-¿Puedo acompañarte? No quiero quedarme aquí viendo el rostro triste de mi hermana y derramando lágrimas sin parar. – sonó tan apenada que Mike pudo hacer otra cosa que acceder.
-Claro, no hay problema. Vamos, es por aquí. – La cogió con delicadeza de la muñeca y la guió hasta la puerta del despacho del doctor.


Ambos caminaban rápidamente, sin vacilaciones y sin parar. Cuando llegaron a la puerta se detuvieron y llamaron suavemente. Esperaron unos segundos, pero nadie abría. Mike se apoyó sobre la pared color crema mientras lanzaba un suspiro. Elisa se mantuvo frente a la puerta del despacho. Pasado un tiempo, el doctor abrió. Mike se separó de la pared y se acercó a él apartando suavemente a Elisa. El joven y el doctor permanecieron en frente el uno del otro, mirándose fijamente. Luego, por fin alguien habló.

-Hola, Mike. ¿Qué te trae por aquí? – preguntó el doctor.
-Veníamos… - empezó Elisa, pero Mike la cortó y habló él.
-Veníamos para comunicarle que Alessandra ha despertado hace un rato. Queríamos que fuera a ver qué tal se encuentra.
-Alessandra… - el doctor paró un momento, pensativo, y luego continuó hablando – Sí, me había enterado. Ahora mismo voy para allá. Estaba acabando de ordenar unos papeles…
-Vamos, doctor Pickford. Tiene que venir ya, por favor. Mi hermana… está algo apagada.
-Hum… Está bien, vamos.

El doctor cerró la puerta de madera del despacho con una llave plateada algo sucia y oxidada, y luego los tres se pusieron a andar. No pronunciaron palabra durante el trayecto, solo el doctor emitía algún gruñido o suspiro acerca de todo el trabajo que tenía que hacer. Cuando llegaron, el doctor entró a la habitación 402, seguido de Elisa. Mike fue el último, y cerró la puerta suavemente, sin hacer ruido. Alessandra yacía en la cama, dormida. De vez en cuando cambiaba de posición o emitía algún sonido entre murmullos. Elisabeth y Mike se sentaron en el sillón que había junto a la camilla, pero el doctor permaneció de pie, observando silencioso a la joven dormida. Luego sacó una libreta del bolsillo de su bata blanca y apuntó en ella algo rápidamente. Inmediatamente después, se acercó cuidadosamente a la camilla de Alex. Colocó su mano en la frente de la joven y luego la retiró, apuntando otra cosa en la libreta. En ese momento, Alessandra empezó a agitarse y a susurrar cosas que nadie entendía. Después se sentó en la camilla, aunque permanecía dormida, y comenzó a sollozar. El doctor puso el dedo bajo uno de los ojos azules de Alex y recogió un par de lágrimas, apuntó algo más en la libreta y luego la cerró y se la guardó de nuevo en el bolsillo. Puso su brazo alrededor de la cintura de Alessandra y la ayudó a tumbarse. Cuando la joven ya tenía su cabeza sobre la almohada, el doctor la zarandeo un poco para despertarla. Tardó unos segundos en conseguir que abriera los ojos.

-Hola, Alessandra. ¿Sabes quién soy?

domingo, 4 de noviembre de 2012

Apadrina un blog :)

Bueno, quiero avisar que esta entrada va totalmente separada de mi novela, pero me gustaría que la leyerais. El caso es que he descubierto, por un evento en Tuenti, que dos personas han tenido la brillante idea de crear una especie de club.

El club se trata, como bien dice el título de mi entrada, de apadrinar blogs. Los blogs que tengan más de 100 seguidores pueden apadrinar otros que sean menos populares, con el fin de que estos aumenten en número de seguidores. Yo, como soy nueva en esto y tengo pocos seguidores, he decidido que sería bueno para mí y para mi blog presentarme como ahijada de algún blog que sea amable y me apadrine y, si llego a más de 100 seguidores, me convertiré en madrina de algún blog. Esta idea tan buena ha sido creada por dos bloggers, que son: Silvia y Cotito, cuyos blogs son http://leyendoentreletras.blogspot.com.e y http://detrasdelibro.blogspot.com.es/
Agradecería mucho que os pasaráis por ambos blogs y les echarais un vistazo, y si queréis, apuntaros a esta idea tan genial. Un saludo a todos :)

martes, 4 de septiembre de 2012

Séptimo capítulo ~ Un extraño despertar


Cuando llegó al hospital, Elisa subió hacia la tercera planta, donde estaba  la habitación de Alex, pero no la encontró dentro, así que decidió preguntar a una enfermera que había por allí.

-Perdone, ¿sabe dónde está la habitación de Alessandra Johns?
-Sí, la han movido a una de la cuarta planta, la 402.
-Muchas gracias. Adiós. – y salió corriendo hacia las escaleras.

Subió y se encontró a tres médicos, dos enfermeras y a su asistenta allí. Los médicos eran iguales. Altos, algo gordos, con el pelo canoso y unas gafas gruesas de pasta oscura. Las enfermeras eran polos opuestos. Una era bajita y rechoncha. Tenía el pelo rubio, recogido en un moño alto con algunos pelos sueltos junto a sus mejillas sonrosadas. La otra era muy esbelta. Su pelo castaño caía sobre su espalda, muy liso y brillante. Elisa se acercó a ellos y se quedó al lado de su asistenta, que estaba algo apartada.

-Anna ¿cómo está Alex? – preguntó apresurada.
-No lo sé. Los médicos me han dicho que tengo que esperar unos minutos para verla.
-¡Pero no tengo unos minutos! ¡Necesito verla ya! –gritó Elisa alterada.
-Tranquila, ya pueden pasar. – dijo el médico mientras les abría la puerta de la habitación 402.
-Muchas gracias doctor. – respondió educadamente Annabell mientras seguía a Elisa, que había entrado apresuradamente al cuarto.

Esta habitación era más grande que la de la planta inferior, con más luminosidad y claridad. Había unos dibujos en las paredes, un sofá de rayas azules y blancas y una mesita baja de cristal. A un lado estaba la camilla donde se encontraba Alessandra. En cuanto la vieron, Elisa y Anna se acercaron a ella.

-¡Alex! – gritaron al unísono mientras la abrazaban. Elisa soltó una lágrima. Esperaba ver a su hermana sonriente, mostrando sus blanquecinos dientes y ese brillo en sus ojos azules que tanto le gustaba. En lugar de eso, Alessandra estaba seria y con la mirada apagada. Luego Elisa se acercó a su asistenta y se abrazó a ella entre sollozos.
-Anna… ¿por qué está así? ¿Por qué no se alegra de vernos? – preguntó entre lágrimas.
-Elisa… Ten en cuenta que acaba de despertar, que intentó suicidarse. No debe de ser fácil para ella. – susurró.

Ambas se abrazaron mientras Alessandra alzó un poco la cabeza. Tenía el pelo despeinado, y unas ojeras bajo sus apagados ojos. Abrió un poco los labios y susurró:

-Lo si… siento… - y después bajó de nuevo la mirada y dejó que su pelo la tapara. 

No quería ver la cara de decepción de su hermana ni la de su asistenta. Elisa divisó unas lágrimas cayendo sobre las piernas de Alex envueltas en el pijama azul del hospital. Luego dio dos pequeños pasos y la abrazó fuertemente, saboreando las lágrimas saladas de su hermana. 
Elisa se desplomó de rodillas, envuelta en su propio llanto. Apoyó la cabeza en el suelo, dejando que sus cabellos de reflejos rojizos cayeran, tapándola por completo. Cuando empezó a notar que se ahogaba en sus propias lágrimas, levantó la cabeza despacio. Alzó la vista hacia su hermana, que estaba sentada sobre las sábanas blancas de su camilla. Estaba en un estado hipnótico, mirando silenciosa por la ventana. Sin poder aguantarlo más, Elisa se puso en pie y salió dando un portazo. Allí intento secarse las lágrimas, pero seguían brotando de sus ojos avellana.

Alzó la cabeza y se encontró con una mirada que le era familiar a unos centímetros.

-¿Mike? – preguntó sorprendida mientras le miraba fijamente, intentando evitar que salieran más lagrimas.

domingo, 29 de julio de 2012

Sexto capítulo ~ En busca de un por qué



Salió del ascensor y se dirigió a su portal. Cuando estuvo frente a la puerta de roble con una D en color dorado, introdujo la llave en la cerradura y abrió. Entró y saludó a Anna. Dejó su chaqueta en el perchero  y fue al estudio.

-¡Papá! – le llamó Elisa alargando las aes. - ¡Vamos a comer, ven!
-¡Ya voy! ¡Id empezando! – contestó su padre desde el estudio.

Elisa ayudó a Anna a servir la pasta en la mesa y luego las dos se sentaron en sus respectivos sitios. Había tres vacíos: el de su madre, fallecida hace un año; su hermana, en coma tras un intento de suicidio hacía ya dos semanas; y su padre, tan atareado como siempre.
La pequeña había sentido un pequeño alivio al saber que Jorge había decidido ir a visitar a Alex, pero esa ilusión se había desvanecido nada más regresar él, porque había vuelto igual o incluso más distante que antes, había entrado y se había encerrado en el estudio como cada día. “¡A saber qué se dedica a hacer allí tanto tiempo!” pensó Elisa.

Antes escribía. Su padre había publicado dos novelas que habían tenido bastante éxito por el país y hacía relatos en el periódico de su ciudad. Era bueno, muy bueno. Pero cuando murió Carolina, lo dejó. Tenía ya casi acabada otra novela, pero ahora yace abandonada en una estantería, sin un final que propague un éxito al escritor. A veces hacía relatos, pero todos eran trágicos, y el director del periódico se había negado a publicarlos, porque “tenían que motivar al lector y no al revés”, que es lo que siempre contestaba cuando las dos hermanas habían intentado convencerle de que necesitaban el dinero. Alex, Elisa y Anna intentaban animar a Jorge para que volviera a escribir, pero era inútil. Él siempre se negaba rotundamente. Ahora, con el intento de suicidio de Alessandra, era mucho más difícil que empezara de nuevo a hacerlo.

Cuando Elisabeth y Annabell, como se llamaba en realidad la asistenta, terminaron de comer, recogieron todo.

-Anna, ¿tú tienes idea de por qué Alex se ha intentado suicidar? – preguntó Elisa pronunciando la última palabra casi tartamudeando.
-No. En un primer momento pensé en que podría haber sido por la falta de tu madre, pero si hubiera sido eso no hubiera esperado tanto, lo habría hecho antes.
-Es verdad. Aunque eso podría ser una de las razones y que haya más, ¿no?
-Sí… Es un buen razonamiento. La verdad es que no sé, pensé que tal vez tú lo supieses. – contestó Annabell.
-Pues yo no lo sé. Nunca me dijo nada. Nada de rupturas, nada de acoso, nada de maltratos… Nunca me habló de cosas que pudieran dar pie a querer quitarse la vida. Me hablaba de música, de cine, de libros, de fotografía... pero nada malo.
-Bueno, será mejor que no pensemos en eso. Se recuperará, ¿verdad?
-Eso me dijeron esta mañana. Quería hablar con mi padre sobre lo que le han dicho a él, pero no creo que me lo cuente. Es tan distante, tan frío… - dijo Elisa.
-Lo sé, Elisabeth. Pero ya sabes que la muerte de tu madre le afectó mucho. A todos nos afectó.
-Tú eras muy amiga suya, ¿no?
-Sí. Carolina me dio un hogar, hizo que esto fuera mi casa, que fuerais mi familia.
-¿Algún día me contarás tu historia, Anna? – preguntó la niña.
-Algún día… Espero poder hacerlo.
-Gracias. Cuando te veas con ganas de abrirte, ya sabes que en mi encontrarás una escucha. – bebió un poco de agua. - ¿Mi madre lo sabía?
-Sí, tu madre es… era la única persona que lo sabía, pero espero poder contártelo algún día, cuando me vea capaz lo haré…
-Bueno, yo tengo que ir al instituto ahora. Voy a preparar todo. – se despidió de Anna con un beso en la mejilla.
-¿Seguro que quieres ir? Ya sabes que si no te ves con ganas…
-No, tranquila. No quiero quedarme en casa deprimida, si voy me sentiré mejor y me olvidaré un poco. ¡Chao Anna!
-Adiós Elisabeth.



La niña salió de la cocina y fue a su habitación. Era amplia, con las paredes de color blanco. Había muchas fotografías de playas, de montañas, desiertos, submarinos… También había de la familia y de sus amigos, enmarcadas en cuadros de diferentes colores. Pegada a la pared izquierda estaba su mullida cama, con una colcha azul cielo y cojines y una almohada azul marino. Sobre ella había esparcida ropa, libros y cuadernos de clase. En el escritorio, justo al lado de la cama, había un portátil Toshiba gris, y junto a él montones de libros y apuntes. En las otras paredes estaban los armarios y estanterías con libros, cuentos e historias. El suelo era de madera clara, y en su mayor parte estaba cubierto por una alfombra azul marino. Sobre ella había montones de zapatos descolocados. Elisa los recogió todos y luego metió en su mochila de Converse los libros y cuadernos para el instituto. Introdujo también una agenda, su cuaderno de dibujo, el estuche, su móvil y sus cascos. Después se guardó las llaves de la Vespa en el bolsillo de su pantalón vaquero y salió. Se despidió de su padre, que estaba comiendo en la cocina, y también de Annabell. Bajó al portal y tuvo la suerte de no encontrarse con nadie, subió a la moto y se fue al instituto.

-Hola George. – saludó Elisa al conserje en cuanto aparcó la Vespa en un sitio libre junto a un Seat blanco.
-Hola Elisabeth. ¿Qué tal tu hermana?
-Mi hermana… sigue en el hospital… Bueno, tengo que irme. Adiós. – y salió corriendo hacia el interior del edificio.

De camino a su clase procuró escabullirse de todos, aunque tuvo que soportar algunas preguntas sobre su hermana. Se limitó a contestar que seguía hospitalizada, y luego salía corriendo hacia su clase con cualquier excusa. Cuando por fin llegó soltó un suspiro de alivio y se sentó apresuradamente en su asiento de la última fila. Deseó que el profesor llegara lo antes posible, pero tardó lo suficiente como para que unos cuantos compañeros la preguntaran. Después entró el Sr. García y comenzó con su clase de Física y Química. El resto de la tarde estuvo bien y en cuanto sonó la campana Elisa salió corriendo fuera del instituto. Se puso el casco y se subió a la moto. Pero antes de arrancar una chica menor que ella la paró.

-Perdona, ¿eres la hermana de Alessandra? – preguntó inocente la pequeña.
-Sí, ¿por qué? – contestó dudosa.
-Me prometió que me iba a regalar un libro hace dos días y no la he visto, ¿sabes dónde está?

Elisa estaba confusa. La niña no tendría más de diez años. Tenía unos ojos color chocolate que trasmitían ternura, y junto a su pequeña nariz tenía unas pecas que le daban un toque divertido. Su pelo castaño estaba recogido en dos trenzas que le caían a los lados, con algunos mechones sueltos revoloteando rebeldes por culpa del viento que hacía. Elisa optó por decirle la verdad, pero sin que pareciese demasiado grave.

-¿Un libro? Si me dices el título a lo mejor le encuentro por casa, Alessandra está en el hospital.
-No me sé el título, era uno que había escrito ella. ¿En el hospital? – preguntó algo preocupada la niña.
-Oh… pues cuando se recuperé se lo diré, tranquila que tendrás tu libro. – respondió. – Pero ahora tengo que irme, chao.
-Ok, muchas gracias. ¡Adióós! 



Elisa arrancó la moto y, emitiendo un poco de humo, salió por la carretera. No la apetecía ir a casa todavía, así que cogió un desvío y se dirigió a su cafetería favorita. El viento rozaba sus mejillas y el pelo la apretaba, recogido en el interior del casco. Para ser ya Mayo, hacía bastante aire. Cuando llegó aparcó y candó la Vespa. 
Entró a George’s y pidió un batido de vainilla. Se sentó a una mesa a esperar su pedido. Sacó el móvil de la mochila y lo encendió, tenía tres llamadas perdidas y cinco mensajes. Dos de las llamadas eran de Alex, antes de que intentara suicidarse. La otra era de Anna, hace unos días. Los mensajes le llevaron más tiempo. Dos eran de propaganda, que los borró inmediatamente; uno de su asistenta, preguntándola dónde estaba; y otros dos de Érica, su mejor amiga. Los leyó detenidamente, en ambos ponía prácticamente lo mismo. “¿Quedas el sábado a las 5? Van a venir todos, incluido Fran. Si te apuntas, llámame.” Y era de… hace unas horas. Lo tenía que pensar. A lo mejor le venía bien salir un poco con sus amigos. Aunque lo de Fran no le influía. Érica estaba convencida de que se gustaban, pero Elisa no paraba de decirle que no. Ella ahora no estaba para pensar en eso. 

Justo mientras se guardaba el móvil en el bolsillo, el camarero trajo su pedido. Cogió la pajita con las manos y se acercó a ella. Bebió un poco del batido y se separó del vaso. Lo tragó y suspiro, ¡estaba riquísimo! Por algo era su cafetería preferida… Los batidos y helados estaban geniales.  Cuando terminó llamó al camarero.

-Perdona, ¿puede decirme cuánto cuesta? – dijo Elisa cuando se acercó.
-Claro, un momento. – Contestó, y cuando levantó la cabeza se dio cuenta de que esa chica le era familiar – Una pregunta, ¿tú no estabas en el hospital esta mañana?
-Sí, ¿por qué? ¿cómo lo sabes? – preguntó, y luego le miró. - ¡Eres el que me ha devuelto el pañuelo hoy! – dijo alzando un poco la voz.
-Sí. Qué casualidad… ¿no?
-La verdad es que sí. ¿Trabajas aquí?
-No, estoy sustituyendo a un amigo que no podía venir hoy. En realidad trabaj… - no le dio tiempo a terminar, porque “Moves Like Jagger”, la melodía del móvil de Elisabeth, les interrumpió.
-Perdona un momento, tengo que cogerlo. – Elisa dio al botón de contestar la llamada y se puso el teléfono en la oreja. - ¿Sí, Anna? –esperó un momento hasta que la asistenta contestara para que la llamaba, pero la interrumpió en cuanto empezó a explicárselo. – Lo siento, pero no puedo hablar, luego te llamo.
-¡Elisa, no cuelgues! ¡Es tu hermana! – se oyó a través del Samsung de la chica.
-¿Qué pasa con mi hermana? – preguntó Elisabeth poniéndose nerviosa. Luego esperó mientras Anna la contaba algo – Voy enseguida – contestó, y colgó. – Lo siento, tengo que irme. Mi hermana ha despertado. Adiós, ya nos veremos.
-¿Ha despertado? ¿De qué? – preguntó confuso el chico.
-Estaba en coma, y ha despertado hace unos minutos. Tengo que volver al hospital.
-Está bien. Pero al menos dame tu número y así hablamos otro día. – pidió el chico. – Por cierto, me llamo Mike.
-Un momento. – Elisa cogió una servilleta y un bolígrafo y escribió su número de teléfono en ella. Luego se la tendió a Mike. – Soy Elisabeth, pero llámame Elisa. Toma el dinero del batido, quédate el cambio. – le tendió cinco euros. - Ahora me voy, ya hablaremos. – y diciendo esto salió corriendo de George’s.
-Adiós Elisabeth. – susurró Mike cuando la joven ya no podía oírle.

Miró la servilleta con los números escritos en negro. Suspiró y recogió el vaso vacío de Elisa. Limpió la mesa y siguió con su trabajo recordando los ojos avellana que tanto le habían hechizado.

martes, 24 de julio de 2012

Quinto capítulo ~ Un futuro aterrador


Cuando se encontró frente a la puerta blanca del doctor, llamó con los nudillos de la mano y esperó. A los pocos segundos un hombre alto, con el pelo negro y rizado, algo de barba, gafas de pasta negras y una bata blanca le abrió.

-Hola, ¿puedo ayudarle? – preguntó el hombre.
-Sí. Usted es el doctor de mi hija, ¿verdad?
-¿Quién es su hija?
-Alessandra, Alessandra Johns.
-Alessandra… Sí, la joven en coma. Pase, por favor. – y a continuación Jorge entró y el doctor cerró la puerta. – Siéntese, Sr. Johns.
-Gracias. – dijo mientras se acomodaba en una silla de tela azul. – Mire doctor, me gustaría saber en qué estado se encuentra mi hija y si se recuperará pronto.
-Su hija está grave, muy grave. Tuvo mucha suerte de que la encontráramos a tiempo. Minutos más tarde la abríamos hallado muerta. Perdió mucha sangre, fue un corte profundo, justo en las venas. Si su propósito era cortárselas, dio en el clavo. Volviendo al tema, se recuperará. O al menos eso creo, hoy en día la medicina está muy avanzada, y se pondrá bien. ¿Cuánto tardará en despertar? No lo sé, nadie puede saberlo. Podría hacerlo hoy mismo o dentro de un año. Hay que mantener la esperanza de que lo haga lo antes posible.
-Gracias por la información. Eso es todo. – Se levantó de la silla, pero antes de salir Jorge se dio la vuelta – Cuando despierte, ¿qué pasará con ella?
- Habrá que tenerla en el hospital hasta que esté bien. Eso puede llevar unas dos semanas. Luego puede que se quede en casa unos días, siempre bajo vigilancia, nunca se sabe si puede intentar suicidarse de nuevo. Después, probablemente irá a un psiquiátrico. – contó el doctor a Jorge.
-¿Cuánto tiempo estará en el psiquiátrico?
-Nadie lo sabe. Hasta que se recupere y sepamos con certeza que no lo hará de nuevo. Hasta que aprenda la importancia de una vida y que no se puede desperdiciar.
-¿Cuánto es lo máximo que ha pasado alguien en un psiquiátrico? – preguntó Jorge.
-Años. Cinco, diez, veinte… La verdad es que no lo sé. Depende del caso, claro. Allí hay suicidas, anoréxicos, bulímicos… Todo depende de la enfermedad que padezcan.
-Gracias por la información, doctor.
-Es mi trabajo, no me dé las gracias. – Se levantó y le tendió una tarjeta. – Aquí está mi número, para cualquier cosa, llámeme.
-Gracias otra vez, doctor. Mantenme informado, por favor.
-Por supuesto. Hasta pronto, Sr. Johns.

Jorge cerró la puerta y bajó las escaleras. Se despidió de la recepcionista que le había atendido y salió del hospital.
Se montó en el coche y se fue a casa. Aparcó en el garaje y entró al portal. Se encontró con la vecina del segundo, una señora mayor, con arrugas que empezaban a marcarse en su cara, tenía el pelo canoso pero aún algo castaño y los ojos miel. Siempre iba maquillada muy vistosamente: labios rojos, mucho rímel y sombra de ojos de colores llamativos. Hoy iba vestida con una falda larga gris y una camiseta roja de manga larga. Su marido, el señor Parker, era de su misma edad, calvo y con gafas de cristales muy gordos. Sylvia, la vecina, llevaba dos bolsas de plástico repletas de comida.

-¡Jorge! ¡Cuánto tiempo! – exclamó Sylvia.
-Hum… Sí, mucho. Dos o tres meses, creo.
-Es verdad, hace al menos dos meses que no coincidimos.
-Cierto, Sra. Parker… 

En realidad todo era obra de Jorge, que desde que murió Carolina había estado evitando encontrarse con vecinas y amigos, para no tener que responder preguntas de tipo: “¿Qué tal llevas la muerte de Carolina, Jorge?”, “¿Lo superan bien las niñas, Jorge?”, “Debe de haber sido muy duro, sobre todo para Elisabeth, la más pequeña, ¿no, Jorge?”…

-Bueno, ¿todo bien?
-Sí, todo perfecto, Sra. Parker. – contestó mientras subía al ascensor.
-Me alegro. ¿La pequeña Elisabeth lo lleva bien también?
-Sí, como puede, pero bien. -  pulsó al dos y al tres y esperó a que el ascensor se pusiera en marcha.
-Y la mayor… Alessadra… ¿cómo lo lleva? Hace mucho que no la veo…
-Alessandra… sí, está bien. Sale mucho, ya es una adulta, será por eso que no la ves… - mintió Jorge.
-Sí, será eso… - respondió pensativa Sylvia.
-Bueno, ya hemos llegado a su piso. Hasta pronto Sra. Parker – dijo Jorge cuando la puerta se abrió.
-Hasta pronto, Jorge. Me alegra haber… - no le dio tiempo a terminar porque la puerta se cerró de nuevo y el ascensor subió hacia el tercero. Jorge suspiró aliviado, odiaba mentir, pero era necesario. Ya era suficiente tener que aguantar preguntas sobre su fallecida mujer como para tener que soportar también por su hija en coma.

viernes, 20 de julio de 2012

Cuarto capítulo ~ Una visita inesperada



El estudio era un lugar frío. Antes no. Hace tiempo era alegre, con muchos cuadros de familias felices y de paisajes alegres. Había un escritorio de madera clara en el que estaba el ordenador de Jorge, muchos papeles y numerosas fotografías de Alessandra, Elisa, su madre Carolina y su padre Jorge. En la playa, en la montaña, en el campo… Siempre estaban juntos. Habían viajado un montón antes de su muerte, dentro y fuera de su país. Era una habitación con un gran ventanal, por lo que era muy luminosa. Había estantes con libros, cuadernos y con anotaciones. Pero desde la muerte de su mujer, Jorge había cambiado todo. El ventanal estaba cerrado por una persiana y unas cortinas grises. Los cuadros que estaban colgados de la pared habían sido sustituidos por otros hechos con colores tristes. En el escritorio solo había una fotografía enmarcada y normalmente yacía caída en la mesa, por lo que no se podía ver. El suelo claro había sido cubierto por una alfombra áspera de color oscuro. En definitiva, estaba demasiada oscura, y si no fuera porque había un pequeña lámpara en el escritorio que emitía un poco de luz, no se vería nada. Lisa y Alex evitaban entrar a no ser que fuera necesario, porque no les gustaba nada esa terrible oscuridad. Está vez era realmente necesario entrar, así que Elisa lo hizo.

-Hola papá.
-Hola. – dijo Jorge levantando los ojos del libro que tenía entre las manos.
-He ido a ver a Alex. – respondió Elisa.
-Oh, ¿está bien? – preguntó mientras observaba unos papeles que había sobre la mesa.
-¿Qué si está bien? ¡Está en coma, papá! – gritó Lisa.
-En coma… - susurró Jorge mientras cerraba el libro y lo dejaba junto al portátil.
-¿Ya está? ¿No dices nada más?
-¿Qué quieres que diga, Elisabeth? – preguntó mientras cogía unos papeles.
-¿Qué quiero que digas? Pues no sé, pero podrías preocuparte un poco por tu hija para variar. – respondió gritando.
-Elisa, relájate, ¿vale? – dijo su padre mientras se ponía de pie y dejaba las gafas sobre la mesa.
-¿Qué me relaje? – Preguntó chillando – ¡Para eso estás tú, que estás tan relajado que no te importa nada! Desde que mamá murió… estás tan distante… - dijo y su voz empezó a apagarse y comenzó a sollozar.

Su padre se le acercó un poco e hizo ademán de abrazarla, pero se contuvo.

-Elisa, no llores. Estoy distante porque… me afectó mucho, ya lo sabes.
-¿Te crees que a mí no? Pero hay que vivir, mamá lo hubiera querido así. Por favor papá… - dijo Elisa mientras se secaba las lágrimas.
-Mamá… Carolina… Cómo la echo de menos…
-Yo también, papá. Pero por favor, vete a visitar a Alex. Por favor, te lo pido por favor.
-Está bien. Lo haré. – dijo Jorge mientras apagaba la lámpara de su escritorio.
-Ahora, papá. A mí no me dejan, solo a alguien adulto. Si quieres te llevo en la moto.
-Ahora… - cerró los ojos un momento, pensativo – Está bien, pero cogeré el coche. No salgas de casa mientras, ¿vale?
-Claro. Muchas gracias, de verdad. – y la joven abrazó a su padre. Él se sorprendió un poco, pero luego correspondió a su abrazo.

Cuando se soltaron, Jorge se guardó las llaves del coche que tenía sobre un estante en el bolsillo de su pantalón negro. Luego guardó las gafas en la funda que tenía en un cajón. Se despidió de su hija y de Anna y salió de casa.
Cuando llegó al coche, subió y arrancó. Bajó la ventanilla y dejó que el aire le inundara mientras pensaba en su hija. Tan joven y en coma… ¿Cuántos años tenía? Dieciocho… ¿o eran diecinueve? Con este pensamiento en la mente, condujo por la carretera principal y luego cogió un desvío. Llegó y aparcó en la puerta.




El hospital era un edificio grande y viejo, con las paredes de cemento pitado de blanco y muchas ventanas cubiertas con cortinas azules. Fuera había un parque infantil rodeado con una valla multicolor donde se encontraban tres niños jugando. Jorge entró por la pesada puerta grisácea. Ya dentro fue a recepción y pidió permiso para ver a su hija. Se dirigió a la habitación guiado por una enfermera. Era rubia con mechas rojas, joven y algo entrada en carnes. Tenía las mejillas sonrosadas y los labios pintados de rojo. Ni la enfermera ni Jorge dijeron nada hasta que llegaron, donde ella introdujo la llave en la puerta y le dejó pasar.

-Adelante. Quédese todo el tiempo que necesite. Yo estaré en esa puerta – señaló una habitación cerrada con un cartel donde se leía “Privado” escrito con una caligrafía redonda. – Cuando acabe avíseme para que pueda cerrar la puerta de nuevo.
-No estaré mucho. Creo que con unos diez minutos tendré suficiente. – contestó algo distante.
-Está bien, de todas formas yo permaneceré allí. – aclaró y salió dando un portazo. Jorge la vio entrar en la habitación privada y luego se volvió hacia su hija.

Alessandra estaba muy pálida, más que de costumbre, con los labios casi grises y grandes ojeras alrededor de sus electrizantes ojos azules. Estos que normalmente estaban muy brillantes, ahora estaban apagados. Su cuerpo yacía inconsciente, mucho más delgado que la última vez que su padre la había visto, hace casi un mes. Desde la muerte de su madre, casi no hablaban. Solo mantenían cortas conversaciones a la hora de la comida y de la cena, aunque Alex solía salir fuera para evitar conversar con su padre. Elisabeth había intentado muchas veces hacer lo mismo, pero  él se lo había prohibido por culpa de su corta edad. Ella insistía en que todas las chicas de su clase con dieciséis años salían continuamente, pero su padre no cedía nunca.

La joven Alessandra estaba conectada a un montón de aparatos y máquinas. Su padre se acercó a ella sin saber muy bien qué hacer. No la dio la mano ni la tocó, pero al final decidió hablarla.

-Hola… Alessandra. Supongo de que te sorprenderás de que haya venido, pero debes saber que todo ha sido obra de Elisa. – comenzó casi en un susurro. - Pensó que tal vez necesitarías algo de compañía, y a ella ya no la dejan entrar, así que… bueno, aquí estoy.  – Hizo una pequeña pausa y luego continuó - No sé muy bien por dónde empezar, porque antes de esto no hablábamos mucho y yo nunca me preocupé verdaderamente por ti. La verdad es que desde el accidente de tu madre todo ha cambiado. Yo he cambiado, y tú y Lisa también. Nos afectó a todos, lo sé. La verdad es que la echo mucho de menos, y supongo que tú también. Sinceramente no sé que pudo llevarte a querer quitarte la vida, porque nunca he estado al corriente de tus problemas o dudas. Eso era cosa de tu madre, y desde que se fue, nadie se ha preocupado por ti. Cuando despiertes, porque sé que lo harás, me gustaría hablar contigo. Me gustaría que te abrieras a mí, cosa que nunca has hecho. Antes hablabas con mamá, o le contabas tus problemas a Lisa, cuando te recuperes me gustaría que lo hicieras conmigo. Bueno, no sé que más decirte, así que creo que es hora de que me vaya. Adiós, Alex. – y, diciendo esto, salió de la habitación y llamó a la sala privada donde estaba la enfermera. Ella fue a cerrar con llave, pero cuando ya se iba otra vez, Jorge la detuvo.

-Perdone, ¿mi hija se recuperará?
-No estoy al corriente de eso, lo siento. Debería preguntarle al médico.
-Gracias por su ayuda, ¿sabe dónde puedo encontrarle? – preguntó.
-Está en su despacho. La puerta número 3 de la segunda planta. Las escaleras están por allí – señaló hacia la derecha. – De nada, espero que su hija se ponga bien.
-Muchas gracias. Adiós. – dijo y se puso a andar hacia la dirección de las escaleras. Las halló fácilmente y se dispuso para encontrar la puerta del doctor. 

miércoles, 18 de julio de 2012

Tercer capítulo ~ Lágrimas de amor


Caminaba decidida, pero solo era apariencia. Dentro estaba destrozada. Su hermana, Alessandra, en coma. Era increíble, pero cierto. Unas lágrimas comenzaron a brotar de sus inocentes ojos avellana. No impidió su salida, ni tampoco se las secó. Simplemente las dejó correr por sus mejillas, por sus labios y luego caer a su ropa o al suelo. Siguió andando hasta la cafetería del hospital. Se acercó a la barra.

-Perdone, ¿podría ponerme un café? – preguntó mientras intentaba ocultar las lágrimas.
-Claro, un momento y se lo doy. ¿Le gustaría también algún dulce? – dijo el camarero.
-Hum… Sí, póngame ese croissant de allí, gracias.


El camarero cogió un plato y con unas pinzas colocó el croissant en él. Se lo dio a la chica y luego preparó el café. Elisa esperó y, cuando estuvo todo listo, lo llevó a una mesa vacía. Se sentó y empezó a comer mientras las lágrimas del amor por su hermana volvían a caer.


-Perdona, ¿este pañuelo es tuyo? – preguntó una voz detrás suya recogiendo un pañuelo de flores del suelo. Elisa se dio la vuelta.
-Sí, gracias. – dijo mientras se lo colocaba alrededor del cuello.
-De nada. ¿Estás llorando? – preguntó el joven.
-Sí, es decir, no. No es nada. – contestó Elisa mientras se secaba las lágrimas con la manga de su camiseta.
-Hum… vale. Mejórate. – dijo mientras apoyaba una mano es un hombro. – Adiós.
-Adiós, y gracias. – respondió, y el chico se fue de la cafetería.

“Extraño”, pensó Elisa. Se encogió de hombros y siguió con su desayuno. Acabo y pagó de nuevo en la barra. Luego fue de nuevo a la recepción de hospital. Pidió permiso para ver a su hermana otra vez, pero no se lo permitieron. “No tengo nada que hacer aquí”, se dijo mientras se dirigía a la salida. Fue hacia su moto, se puso el casco y la arrancó. Cogió la carretera hacia su casa y se dejo llevar. Conducía casi sin mirar, porque conocía el camino de memoria. Cuando llegó aparcó la Vespa negra en la puerta y se quitó el casco. Abrió la pesada puerta y entró. El portal parecía más triste y solitario sin su compañía. Estaba más apagado, más oscuro. Llamó al timbre de su puerta y esperó. A los pocos minutos se abrió y Elisa saludó a su asistenta.

-Buenos días, Anna.
-Hola Elisabeth. Tu padre está en el estudio. – le respondió Anna.
-Gracias. Y por favor, no me llames Elisabeth. Solo Elisa. – replicó.
-Está bien… Elisa. – dijo sonriente la asistenta.
-Chao. Luego te veo. – respondió entre carcajadas Lisa mientras salía corriendo hacia el estudio de su padre.

martes, 17 de julio de 2012

Segundo capítulo ~ Recuerdo de un ayer.


-¿Cómo está? ¿Se recuperará? – preguntó una inocente voz detrás del cristal.
-Ha perdido mucha sangre, y no voy a mentirle, está mal. Pero creo que se recuperará, sí. – dijo la voz grave del doctor.
-¿Puedo entrar a verla?
-No, todavía no, lo siento.
-Por favor… Su padre no va a venir, y su madre está muerta. ¡Déjeme entrar, se lo pido por favor! ¡Necesita compañía! – suplicó la niña.
-Hum... está bien. Pero solo cinco minutos, ¿vale? – dijo pensativo.
-Ok, muchas gracias. – contestó, y le besó en la mejilla agradecida.

La joven empezó a andar hacia la pequeña habitación donde estaba su hermana. Caminaba temblorosa, aunque con ganas de verla. Antes del… accidente, estaban muy unidas. Cuando estaba en la puerta, la abrió cuidadosamente emitiendo un pequeño chirrido. Entró y la volvió a cerrar. Se acercó a la camilla donde se encontraba el cuerpo inconsciente de Alessandra, su hermana mayor.

-¿Alex? – Preguntó indecisa, aun sabiendo que no iba a recibir respuesta  - Hola -Se acercó más y le agarró la mano suavemente. - Me alegro mucho de verte, ¿sabes? Y papá preguntó por ti, aunque no le dije nada, en realidad no sabía nada. Los médicos nunca me informan, siempre están ocultándome cosas, quizás porque soy demasiado pequeña. Aunque ya tengo dieciséis, aparento menos. O al menos eso es lo que me decía siempre mamá. Si fuera papá quien estuviera aquí, a lo mejor le informaban más. Pero ya sabes que no vendrá. Es tan distante…Pero creo que está preocupado por ti. En el fondo es sensible, o al menos eso pienso yo. Bueno, hoy el doctor me ha dicho que te recuperarás, y le creo. Seguro que dentro de poco ya puedes volver a cantar, bailar, leer, escribir… y hacer todas las cosas que tanto te gustan, ¿a qué sí? – Y la pequeña empezó a sollozar –Me acuerdo tanto de hace unos días, cuando estabas bien... Nunca pensé que harías esto, Alex. ¿Por qué..? – pero no pudo continuar la pregunta. Luego se secó con la manga de su camiseta las lágrimas que brotaban de sus ojos. – creo que ya viene el doctor, por lo que tendré que irme. Pero mañana volveré, te lo prometo. Tú tranquila, que pronto te recuperarás y aclararemos todo, ¿vale? Me contarás la razón de esto y lo solucionaremos. Te quiero Alex. – Volvió a soltar unas pequeñas lágrimas amargas, y le dio un beso en la mano. – Adiós hermana. – y justo en ese momento el doctor dio unos pequeños toques al cristal de la pared, miró a la pequeña y señaló su reloj. 

Elisa, la hermana de Alessandra, salió abriendo la puerta y, emitiendo otro chirrido, la cerró y comenzó a andar de vuelta recordando los días anteriores del accidente. Recordando un bonito ayer, nublado por la desgracia del hoy.

lunes, 16 de julio de 2012

Primer capítulo ~ Adiós a la vida


Cierro la puerta, no estoy nerviosa. Me miro al espejo una última vez. No estoy mal, nunca lo he estado. Pelo largo y muy negro, ojos azules, piel pálida y buen cuerpo. “Qué pena que vaya a ser desperdiciado, muchas se morirían por esto”, pienso. Enciendo el grifo de la bañera. La casa está en silencio. No hay nadie, por lo que no me molesto en poner el cerrojo de la portezuela de madera. Solo se oye el sonido del agua resbalando por la cerámica. 
Cuando la bañera se ha llenado casi entera, me introduzco aún vestida en ella. En apenas unos segundos la ropa se me moja completamente pegándose a mi cuerpo frío. Muevo mi mano suavemente por el agua. Está templada, casi caliente, podría decir. Me acomodo en la bañera y cierro los ojos lentamente. Me mantengo así un rato, pero no sé si son algunos segundos o varios minutos. Luego los abro y saco la mano del agua. La noto aún más fría que de costumbre, pero no me preocupo, pronto estará verdaderamente helada. Cojo el cuchillo que tengo al lado. Paso el dedo por el filo del cuchillo, que también está frío. Luego lo agarro más fuerte, hasta que me hace daño en la palma de mi mano izquierda. Levanto la mano derecha, y acerco el cuchillo a ella. 

Noto mi corazón, bombeando veloz en mi pecho. Los latidos martillean fuertemente mi cabeza, luego en la garganta, hasta que los noto por todo el cuerpo. Podría decir que no estoy nerviosa ahora, pero mentiría. Sí lo estoy, y mucho. Pero ya no hay marcha atrás.
Con voz temblorosa susurro un adiós a mi padre y a mi hermana. Son los únicos que verdaderamente me echarán  de menos, o eso creo.

Y después, sin apenas pensarlo, me clavo el cuchillo en la muñeca, cortándome las venas. Casi no me duele, casi no lo noto. Luego tiro el cuchillo, con gotas de sangre por el filo, al suelo. Observo como el agua cambia de color, primero a un tono rosado, y por último a un rojo intenso. Rojo pasión, rojo sangre. Se me empieza a nublar la vista, primero solo un poco, lo que hace que empiece a ver los muebles del baño borrosos. Luego más intensamente, hasta que acabo por no ver prácticamente nada. Noto un ligero mareo, y apoyo la cabeza sobre la cerámica blanca de la bañera. No veo mi vida pasar por delante de mis ojos ni nada de esas cosas que dicen. Simplemente un mareo aterrador, haciendo que todo me empiece a dar vueltas. No quiero cerrar los ojos, aún no. Soy consciente de que cuando lo haga, no los abriré nunca más. Veo el rojo de mi sangre por todas partes, y recuerdo una estrofa de una canción que salía en un libro que hace poco que había leído:

Vi la sangre corriendo por mis venas.
Vi la sangre cayendo de mis venas.
Vi la sangre formando un mar a mis pies.
Y supe que la muerte era un amigo cruel.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     
 Y ahora entiendo perfectamente lo que quiere decir. Pero la verdad es que ya no importa. Y me decido por fin a cerrar los ojos, viendo por última vez la sangre manando de mis venas, cayendo lentamente al agua rojiza. Y justo cuando casi bajo mis párpados, me parece oír una sirena de una ambulancia por la calle, cerca de mi casa. No le hago caso, y me recuesto aún más, noto como el corazón, del que sigo sintiendo los latidos en mi cabeza, va cada vez más lento, hasta que para. Y en ese mismo momento, dejo de sentir dolor, dejo de sentir nada.

Introducción y Sinopsis.

Hola. Me llamo Elena, y adoro escribir. Voy a comenzar por publicar una historia que he empezado, y me gustaría que mucha gente la leyera para saber lo que opináis y obtener consejos para mejorar mi escritura.
Esta novela se titula Sal de la Oscuridad, es algo trágica, pero espero que os guste. Me haría mucha ilusión que la empezarais a leer y que comentarais lo que os gusta y lo que no, para ayudarme a ser mejor como escritora. La sinopsis de Sal de la Oscuridad es esta:

Con tan solo 19 años, Alesandra intenta suicidarse. Por suerte es salvada antes de morir y, tras despertar de su estado en coma, es internada en un psiquiátrico. En ese apagado lugar vivirá experiencias nuevas para ella, tanto positivas como negativas. Encontrará la verdadera amistad, acompañada de traiciones y mentiras, y dará vida a eso que llaman amor. Todo esto en busca de aquellas cosas por las que vale la pena vivir, emprendiendo un viaje del que dependerá su felicidad.